lunes, 28 de noviembre de 2011

La represión, el pan de cada día de saharauis y palestinos


Los pueblos saharaui y palestino comparten la amarga experiencia de la ocupación y de la vulneración sistemática de sus derechos. Nadie está a salvo de la represión. Brahim Dahane, presidente de la Asociación de Graves Violaciones de los Derechos Humanos en el Sahara Occidental, y Sanaa A. Abuzarour, de la Unión de Comités de Mujeres Palestinas, son a diario testigos de situaciones violentas.


El saharaui Brahim Dahane, actualmente presidente de la Asociación de Graves Violaciones de los Derechos Humanos en el Sahara Occidental (ASVDH), fue detenido en 1987 cuando intentaba manifestarse junto a otros compañeros ante una comisión técnica de la ONU. No lo pudo hacer. Un centenar de agentes marroquíes lo secuestraron e hicieron desaparecer durante más de tres años. Durante este tiempo, «estuvimos con los ojos vendados, las manos atadas a la espalda y siempre de cara a la pared. Aquello no era una prisión, era una mazmorra en la que estabas a merced de los guardias, que te podían hacer todo lo que quisieran», recuerda Dahane durante su intervención en las jornadas organizadas por Mundubat en Donostia bajo el título de «Derechos humanos y países en conflicto en un mundo convulso». «Ni siquiera se puede hablar de eso», subraya.

En tantos años de resistencia, el pueblo saharaui ha sufrido múltiples formas de represión. «Las fuerzas marroquíes han arrojado desde sus helicópteros a personas, han violado a madres delante de su familia, han intoxicado nuestros pozos de agua, han enterrado a personas vivas y nos han bombardeado con armas prohibidas como el fósforo blanco o Napalm. Sufrimos secuestros y desapariciones como en los tiempo de Pinochet en Chile o de Rafael Videla en Argentina. Es la herida que vivimos día a día», denuncia.

Los saharauis tienen vetado el derecho de organización en los territorios ocupados, en los que la presencia militar es constante. «Esto significa que estás paralizado; no podemos apoyar a las víctimas, ni acercarnos a los lugares donde se han cometido vulneraciones de derechos, ni buscar financiamiento, ni dar conferencias o hacer campañas de sensibilización ni ninguna otra actividad», subraya.

La política represiva de Rabat dio una vuelta de tuerca más tras la protesta de Gdeim Izik hace un año a las afueras de El Aaiún. Para Dahane, supuso el inicio de la llamada «Primavera Árabe», aunque pocos analistas «reconozcan el esfuerzo de los saharauis, que acamparon en 8.000 tiendas de campaña mucho antes que lo hicieran los egipcios en la Plaza Tahrir».

Desde entonces, Rabat ha prohibido la instalación de haimas, lo que impide cuestiones tan sencillas como «llevar a tus hijos de vacaciones a la playa o al desierto, donde estamos tan acostumbrados a estar».

Un fuerte sentimiento de «humillación y desprecio» por la postura de la clase política internacional, en especial de la española y francesa, y una gran frustración ante el estancamiento del conflicto invaden a la sociedad saharaui, que lleva tiempo planteándose el regreso a la lucha armada. «Yo personalmente no estoy de acuerdo con esta vía, pero, a estas alturas, no tengo cara para pedir que sigamos por este camino», afirma Dahane, para quien «no puede haber paz sin justicia».

Desde los territorios ocupados palestinos, Sanaa A. Abuzarour, miembro de la Unión de Comités de Mujeres Palestinas (UPWC) -creada en 1980 para el empoderamiento de las mujeres en todos los ámbitos-, plasma a través de imágenes captadas en un día cualquiera en la vida de los palestinos las violaciones de todos y cada uno de los derechos recogidos por la ONU: mujeres muertas en controles militares, flores en los pupitres ocupando el lugar de los alumnos, víctimas de la represión, casas demolidas, detenciones arbitrarias...

«La mujer palestina convive con muy diversas formas de violencia y discriminación producto, en primer lugar y fundamentalmente, de la ocupación, pero que también tienen sus raíces en un sistema social patriarcal, donde las niñas son consideradas de segundo nivel nada más nacer», explica.

Su lucha camina en dos direcciones complementarias, cuyo objetivo primordial es el fin de la ocupación. «Una tarea de todos en la que la mujer ha participado de manera activa ya sea vendiendo sus joyas para comprar armas, uniéndose a la lucha armada, arrojando piedras, haciendo frente al Ejército o preservando la identidad y cultura palestina», remarca.

Al igual que Dahane, exige a la comunidad internacional una mayor implicación y acompañamiento para erradicar para siempre tantos episodios violentos y restituir sus derechos nacionales e individuales a palestinos y saharauis.

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