Conversamos con los habitantes
de Chahid Chreif, el único centro de mutilados de guerra y minas antipersona de
Sáhara Occidental y que se está viendo afectado por los recortes en los
presupuestos de cooperación al desarrollo.
Bwina Mahmud Tiab perdió su
pierna izquierda cuando tenía 12 años. Fue hace 34, al volver de viaje de los
territorios del Sáhara ocupados por Marruecos a los que había ido a visitar a
su familia que permanecía allí tras la invasión marroquí. El resto de la
familia vivía junto a ella en el campamento de refugiados del Aaiún (Sáhara
Occidental), donde se dirigían de vuelta. Antes de llegar, una mina se cruzó en
su camino haciendo estallar la camioneta en la que viajaban. “No recuerdo nada
del momento, sólo que cuando desperté ya me encontraba en el hospital de
Tindouf (Argelia)”. Su familia resultó herida en la explosión, pero no de
gravedad. Ella fue la que peor parada salió. “Estuve durante más de 3 meses
llorando día y noche. Fueron momentos muy duros para mí. Yo era una niña y mi
vida cambió por completo: no podía salir a jugar con mis amigas, saltar,
calzarme…” Cuando Bwina perdió su pierna, su madre ya había muerto y su padre
vivía en el Aaiún ocupado por Marruecos, separado de ella y sus 2 hermanas -una
mayor y otra más pequeña-. Sin la posibilidad de agruparse en un lugar todos
juntos, no les quedó más remedio que salir las 3 solas adelante con la ayuda de
su abuela y sus primas. “Yo no tuve ningún tipo de ayuda psicológica, fue el
apoyo de mis familiares y amigos lo que me hizo salir adelante. Entendí gracias
a ellos que a pesar de que me faltaba una pierna, yo seguía siendo una persona
normal”. Su voz es firme cuando lo cuenta y su rostro sereno. Al llegar a este
punto de la conversación se para unos segundos para reflexionar y a
continuación añade: “Yo no soy más que una de los miles de saharauis que se han
sacrificado por su país. Lo más sagrado para mí era mi cuerpo y mi juventud que
se lo he regalado a mi patria. Lo que más me duele, más allá de lo que me ha
sucedido a mí, es ver la situación de abandono en la que vive mi pueblo en los
campamentos de refugiados de Argelia. Lo que más desearía en el mundo es volver
a ver el Sáhara libre y poder vivir bajo su bandera”, lo comenta mientras le
pide a una de sus hijas que le acerque la bandera del Sáhara que está visible
en la estancia en la que habita. La quiere para pasársela a su nieta pequeña
que está junto a ella y así que la pueda hacer hondear.
Desde el año 2004 Bwina vive
en Chahid Chreif, un centro de mutilados de guerra y minas antipersona. El
único que existe en el Sáhara Occidental de estas características. El centro
está situado en el campamento de Rabuni, punto de concentración
administrativo-político de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y a
unos 60 kilómetros
de distancia atravesando la hammada -desierto pedregoso, caracterizado en gran
parte por su paisaje árido, duro, de mesetas rocosas y con muy poca arena- del
campamento en el que creció: el Aaiún. Como Bwina actualmente viven diariamente
en Chahid Chreif alrededor de 20 personas
que tal y como le sucedió a ella fueron mutiladas por minas antipersona durante
o después de la guerra. “La vida en el campamento en estas circunstancias se
hacía muy dura”, dice Bwina, fue por eso por lo que decidió trasladarse al
centro a vivir. “Estando en el centro se sienten tranquilos, relajados, pueden
recibir un tratamiento específico para su dolencia, se trata la diabetes que
algunos padecen a causa de las heridas y también se les da soporte psicológico
para seguir adelante. Esta gente de todos modos, tiene una voluntad muy grande de
vivir”, cuenta a Periodismo Humano Baha Mohamed, subdirector de sanidad de
Chahid Chreif.
Este centro funciona desde
1998 como hospital en el que los mutilados con necesidad de cuidados diarios
viven permanentemente en él junto a varios miembros de su familia, para que no
se sientan solos. “Normalmente son 2 ó 3 los familiares que les acompañan, pero
se dan casos en los que se supera esa cifra”, comenta Lewa Larosse, director
general de sanidad del centro. Este es el caso de Bwina, que vive en él con sus
2 hijas, su sobrina, la mujer de su hijo y su nieta. El resto de mutilados que
no necesitan esos cuidados diarios, y puesto que en él no hay sitio para todos,
viven repartidos por los distintos campamentos y van al centro a recibir
tratamiento en momentos puntuales, “a veces nos desplazamos nosotros a
buscarlos”, señala Larosse.
Todos los años llegan casos
nuevos de mutilaciones a Chahid Chreif. Tras la retirada de España del Sáhara
Occidental en 1975, se impuso una guerra sangrienta contra el pueblo saharaui
por el Reino de Marruecos y el régimen de Ould Dada en Mauritania, con el
respaldo de varias potencias mundiales, entre ellas Francia. A consecuencia de
esta guerra, el territorio saharaui es uno de los más contaminados por minas y
restos de explosivos del planeta. En la década de los años 80, Marruecos empezó
a levantar una muralla de arena y piedra de más de 2.700 kilómetros
de longitud conocida como el muro de la vergüenza, que divide los territorios del Sáhara ocupados por
Marruecos desde 1975, y los campamentos de refugiados en Argelia. Dicho muro
permanece rodeado por campos donde hay millones de minas antipersona, bombas de
racimo y demás restos de explosivos que han causado y siguen causando
mutilaciones y muertes de cientos de víctimas civiles, incluidos niños.
Organizaciones como Acción contra la Violencia Armada (Landmine Action), que ha
conseguido limpiar más de 21 millones de metros cuadrados de los territorios
liberados del Sáhara Occidental y la destrucción de más de 22.000 explosivos,
ayudan a que cada año el número de víctimas disminuya. “Notamos que el número
de casos es menor cada año gracias al trabajo de las organizaciones que se
encargan de limpiar la zona y de dar consejos a los nómadas que la habitan,
para que no se topen con minas”, señala Larosse. Pero el problema es que
todavía existen muchas personas mutiladas -es muy difícil determinar con
exactitud cuántas, ya que no existe ningún control específico sobre el tema,
pero intuyen que pueden ser más de las 110 que tienen localizadas hasta la
fecha-, que necesitan cuidados específicos que por falta de medios, no se les
pueden ofrecer como deberían. “Los medicamentos que nos llegan no son
suficientes y muchas veces ni tan siquiera son específicos para el tratamiento
de cada uno, llegando a estar en ocasiones hasta caducados”, señala Larosse que
prosigue: “desde el año pasado hemos notado en el centro bastante la crisis en
España, ya que es uno de los países de
los que siempre hemos recibido más ayuda, y no sólo de medicamentos, sino también
de alimentos destinados a la gente que vive en el centro de forma permanente-
que rodan las 400 personas durante el verano, entre pacientes y familiares-.
Desde el año pasado estamos viendo como esta ayuda a causa de los recortes en
cooperación es cada vez más escasa”. El ejecutivo presidido por Mariano Rajoy
ha aprobado recientemente un recorte en Cooperación de 1.400 millones de euros
para este año, 600 de los cuales eran específicamente retraídos de la Ayuda
Oficial al Desarrollo. Pero tal y como señala el propio Larosse, ya el Gobierno
presidido por Zapatero anunció en 2010 un tijeretazo de más de 600 millones de
euros destinados a este fin.
Además de alimentos y comida,
la ayuda que les llega a Chahid Chreif es destinada a mejorar las habitaciones
en las que duermen los pacientes. “Los techos del centro son de chapa”, dice el
vicepresidente de salud, Mohamed, “entonces la gente que no se puede mover de
la cama, cada vez que llueve se moja. Los inviernos son muy duros aquí, debido
a que hace muchísimo frío. En esa época del año la mayor parte de los pacientes
deciden irse a sus campamentos, en los que están peor atendidos en cuanto a
cuidados sanitarios se refiere”.
Hay quienes ni tan siquiera
tienen un hogar al que acudir los duros inviernos, como es el caso de Bachari
Said Adaf, parapléjico de cintura para abajo a causa de una explosión durante
una batalla en 1981. Fue herido mientras cuidaba a los camellos. Bachari no
tiene familia que se pueda hacer cargo de su situación. Antes de que esto le sucediera,
hace 29 años, vivía como nómada en el desierto, “una vida que me hacía feliz”,
comenta. Cuando se le pregunta si tanto sufrimiento le ha merecido la pena,
contesta sin dudar ni un segundo: “vivimos en una situación en la que sabemos
lo que hacemos y aceptamos cualquier cosa que nos pase por la causa. La guerra
necesita víctimas, motivos, heridos, acusados… lo entendemos y lo aceptamos”.
Pero como cualquier ser humano en una situación semejante a la suya Bachari
también se debilita psicológicamente por momentos al pesar que tras esos 29
años, de los 58 que tiene de vida, se los ha pasado postrado en una cama si ver
ningún tipo de avance al respecto. “Hay generaciones de saharauis que han
nacido ni en guerra, ni en paz. Viven en una provisionalidad continua. De
seguir así, veo pocas posibilidades de que el Sáhara algún día sea libre. Creo
que la solución es coger las armas y luchar de nuevo y espero que si eso pasa
el pueblo español, no sus gobernantes de
los cuales no esperamos nada, sino la gente del pueblo, siga estando a nuestro
lado. Liberemos al Sáhara o muramos todos”.
Nasar Nazinsalek también vive
en Chahid Chreif. Su caso no es el de víctima, sino el de acompañante. Cuando
Nasar nació a su padre ya le faltaba el brazo derecho, así como también tenía
ya completamente inmovilizada esa misma parte de su cuerpo de la cabeza a los
pies. Fue a causa de un tiroteo directo en el que se vio envuelto contra el
ejército marroquí durante la batalla de Smara en 1981.
A partir del año 2003, tras la
muerte de su madre, Nasar decide trasladarse a vivir con su padre a Chahid
Chreif. A pesar de que con ella son 4 hermanas en total, Nasar, la
pequeña, es la que se encarga de
cuidarlo. “Mis hermanas vienen y me relevan para que yo descanse algunos días,
pero soy yo la que me encargo de sus cuidados. Siempre fui la que más apegada
estuve a él”. Desde la mañana temprano Nasar se encarga de levantarlo, darle de
comer, cambiar su ropa, velar porque los medicamentos que le corresponde los
tome, y cuando no es muy fuerte, dar un paseo bajo el sol. A la dolencia de
Nazin Salec, el padre de Nasar, se le unen sus 92 años de edad que tiene.
Durante el rato que estamos juntos se observa cómo Nasar está completamente
pendiente de su padre en todo momento. Lo incorpora con delicadeza de la
alfombra en el suelo en la que permanece recostado, para ver qué tal está. Su
padre, apenas incapaz de articular palabra, le dice que necesita descansar. “Me
duele mucho pensar que mi padre lo ha estado pasando mal durante todo este
tiempo. Sería feliz si su situación y la de todas las personas que están como
él mejorara”. Nasar como la mayor parte de las chicas saharauis de su edad (26
años), no renuncia a encontrar una pareja con la que formar una familia. “Eso
sí”, comenta, “mi padre estará siempre a mi lado, esté yo casada o no. Y si no
puede ser, renunciaré al matrimonio hasta que mi padre no esté conmigo”. Las
palabras de Nasar expresadas en apenas un hilo de voz aseguran llevar bien esta
situación, pero su rostro expresa un sufrimiento difícil de ocultar.
El padre de Nasar no lleva una
prótesis que sustituya el brazo que perdió porque teniendo en cuenta que tiene
inmovilizado totalmente el lado de su cuerpo donde sufre la mutilación, de poco
le serviría. Pero existen pacientes en el centro como Ahamed Pal Hosén, que ya
tienen una prótesis que sustituya el miembro perdido, en su caso, la pierna
izquierda. “No es lo mismo”, señala, “pero al menos puedo caminar mejor que si
no la tuviera”.
Las prótesis para los
pacientes se fabrican en el propio centro Chahid Chreif desde hace 5 años
gracias a la labor de un grupo de ortopedistas y fisioterapeutas de Cruz Roja
Internacional que lo ha puesto en marcha. Su labor comienza con la visita a
cada campamento en los cuales tratan de hacer visibles nuevos casos de
mutilados para llevarlos al centro, que reciban tratamiento, y al que le pueda
ser de utilidad, poderle fabricar una prótesis. “La idea”, nos dice uno de los
chicos encargados del proyecto, “es que sean los propios saharauis quienes lo
lleven adelante. Nosotros estamos desde hace 5 años trabajando en esto y
nuestra idea es irnos pronto. Tan solo volveremos de vez en cuando para
supervisar que todo está bien”.
Ahmed Pal Hosén es la última
persona que cuenta su historia a Periodismo Humano antes de abandonar el centro
Chahid Chreif. De los encontrados en el camino durante esta visita,
probablemente Ahmed sea el que peor lleva el hecho de vivir sólo en el centro.
Toda su familia que queda viva, habita en los territorios ocupados por
Marruecos, con lo que desde hace 20 años no se han podido ver. No habla el
castellano a penas, pero justo cuando el traductor acaba de decir la última
palabra que da por concluida la conversación, Ahmed saca fuerzas de flaqueza
para decir en un castellano bastante claro: “No os olvidéis de nosotros, por
favor. Seguimos necesitando vuestra ayuda”.