miércoles, 13 de junio de 2012

EL AAIÚN EN LLAMAS, nuevo CD de Mariem Hassan

Por primera vez nos recibe seria. La mirada perdida en el infinito. Desde la portada del disco, el rostro grave de Mariem surge entre un mar de llamas que calcina el urbanismo y la arquitectura de El Aaiún. El blanco y negro de su faz serena contrasta con el colorido caos de la ciudad devorada por la represión marroquí y la intifada saharaui.
EL AAIUN EGDAT, ARDE EL AAIUN, EL AAIUN ON FIRE. Se agita el título en tres idiomas para que desde los estantes de los grandes almacenes, desde las mesitas improvisadas de los chiringuitos, desde las pantallas de los artilugios electrónicos, o en las manos de quienes curiosean las novedades, Mariem nos alerte: LA COSA NO ESTÁ PARA BROMAS.
Sin embargo, al desplegar el tríptico de la funda queda al descubierto una calabaza africana, un par de inequívocas imágenes de los campamentos y la cantante en plena faena percusiva. Los territorios ocupados, los campamentos y la diáspora. Y al colocar el CD en el reproductor una voz casi ingenua pide el aguinaldo correspondiente a la “fiesta del cordero” con doble sentido: ¡no queremos más cuentos! ¡queremos hechos! ¡queremos cosas tangibles! ¡basta de historias!
Un saxo decidido nos ha puesto sobre aviso; algo ha cambiado. La voz de Mariem es la de siempre, pero la música que la rodea posee un empaque inédito.
El segundo corte confirma las señales. Chan, chan, chan. Tras tres notas majestuosas; un ritmo animado sirve una Mariem en todo su esplendor, pregonando a los cuatro vientos las revueltas que desde las plazas Tahriris han ido cercenando poderosos sillones y sangrientas poltronas. Desempolvando ilusiones, repostando esperanzas, liberando dignidades.
Una guitarrita africana -chimurenga para ser precisos- juguetea, casi subterránea, a lo largo del tema, en tanto que otra crepita alegre con aires guineanos y certifica, con el concurso del saxo, que lo que se intuía se confirma.
Enseguida Mariem entona un soberbio mawal, con la emoción brotando a borbotones de su prodigiosa garganta, denunciando el terror, la sangre y el fuego que consumen a la capital ocupada del Sáhara Occidental. El chimurenga zimbabwuo se hace más presente y su constancia presiona nuestras sienes, mientras Mariem sigue apuntando directa al entrecejo. La flauta desgrana también notas en esa dirección de alocada fuga. Y el bajo y las percusiones aceleran más y más el ritmo. 
Se agradecen esos tres segundos de tregua y entonces Mariem nos confiesa que es saharaui, que sigue siendo saharaui y que no dejará de ser saharaui. El saxo, cómplice, libera ecos nostálgicos tras las entonaciones más dulces que han sido grabadas hasta la fecha por la dama del desierto. Y los que hablan hassanía paladean además el mensaje en pos de la tierra liberada.
Como un torbellino de arena nos arrollan unas lágrimas de éxtasis ante la belleza de unas dunas refulgentes bajo el sol ardiente. Y llega la denuncia de la barbarie sobre el pacífico campamento de Gdeim Izik y el comportamiento vergonzoso de la cohorte de aliados.
Y así hasta 14 canciones con una duración total del CD que supera los 70 minutos. Un disco largo. Largo e intenso. En el que no se ha huido de la actualidad más inmediata, ni de las canciones de amor, ni de la tradición, ni de la modernidad.
Mariem ha contado con la decidida aportación de los poetas en hassanía, siete en total, entre los que destaca Beibuh con cinco poemas. Y, sobre todo, ha tenido la entrega incondicional de tres músicos inmensos que han creado el paisaje sonoro que, tras su paso fugaz por Australia y Nueva Zelanda, ella anhelaba. Está el blues, están ambientes con luz de jazz, y otros casi rockabilly, como la canción dedicaba a la melfa que le costó un sobresalto hace un par de años. Y está un desconcertante tema final que reflexiona sobre el legado de los antepasados y su encaje en un mundo tan cambiante como el actual.
Si “Shouka” era la consecuencia de cuatro años arrastrando la ausencia de Baba Salama y la necesidad de anclar un tiempo en las costas del azawan, “El Aaiún Egdat” responde a la obligación de superar barreras provincianas y liberar su espíritu universal. En la tarea le han ayudado tres músicos a los que es une el amor a la música saharaui. Amor y conocimiento desde perspectivas muy distintas y cuya generosidad sólo es comparable a la de la propia Mariem hacia ellos.
Sin olvidar a Vadiya, imprescindible en la cimentación del edificio, construido en un par de semanas prodigiosas, tras dos devastadores terremotos y seis meses agotadores de búsqueda constante y dos más, postreros, de hermoso trabajo.
Por desgracia no ha habido opción alguna para incorporar al proceso creativo a ningún guitarrista saharaui. Es dramática la situación que atraviesa el colectivo y de la que sólo saldrán si son capaces de sacudirse los complejos que los atenazan y de trabajar, trabajar y trabajar. En Enamus, la escuela del 27 de Febrero, tienen una oportunidad de oro para reinventarse. Kaziza y Brahim ya lo hicieron hace 36 años. Los medios están a su alcance.
“Deseos”, “Shouka” y “El Aaiún Egdat”. ¡Qué tres discos tan diferentes! ¡Qué tres piezas sólidas! Que cada cual elija su favorita. A mi me basta la frase que Mariem pronunció al abandonar el estudio, finalizada la grabación. Cansada pero radiante aseguraba: Manuel, el haul está ahí.
Mariem Hassan: voz, tebal, calabaza, palmas, agarits.
Vadiya Mint El Hanevi: tebal, coros, palmas, agarits.
Luís Giménez: guitarra eléctrica, mbira, armónica.
Hugo Westerdahl: bajo.
Gabriel Flores: saxo, flautas, arpa de boca vietnamita, calabaza.
Valentín Iturat (músico invitado): batería, calabaza.

*Fuente: Manuel Domínguez