Arrancó en el Cine Doré la 9ª
Muestra de Cine de Lavapiés. A los pies de la pantalla, organizadores y
cineastas la presentan. Es un momento difícil para mantener un festival, sin
embargo sus organizadores nos dicen que esta Muestra siempre ha sido
autogestionada y que precisamente esa independencia les hace subsistir en estos
tiempos, pues no han necesitado de ayudas públicas para desarrollarla durante
todos estos años. ¿Por qué la hacen? Porque quieren debatir lo que les ocurre a
los vecinos del madrileño barrio de Lavapiés y por extensión a todos los
vecinos del mundo. Es una forma de acercar el cine a quienes viven allí y
también de hacer barrio. En realidad es un reflejo de aquellos que mantienen la
actitud de entender la cultura como un eje político y social. Implicados en el
barrio, hablan de la desmesura en la detención de los activistas del Metro de
Madrid y también muestran su apoyo a los mineros que caminan hacia aquí para
defender el futuro de sus comarcas.
La Muestra de Cine de Lavapiés
apuesta por las licencias libres en los trabajos que proyectan. Explican que
paradójicamente este cine que podría verse en todas partes no cuenta con muchas
oportunidades de mostrarse en las salas tradicionales, lo que hace que al final
no se vea. Hablando de licencias, la tradición del festival es comenzar con la
película ganadora del FISHARA. Esta año le correspondía a Hijos de las nubes
pero como aún están en cartel no han podido conseguir los permisos para
proyectarla. Así que han optado por Gdeim Izik: Detonante de la primavera
árabe, el documental del colectivo Thawra que también se mostró en el Festival
del Sahara de este año y comparte temática saharaui. Pero antes se proyectarán
dos pequeños cortos que sus directores definen como trabajos a un nivel íntimo
y familiar.
(…)
El documental Gdeim Izik:
Detonante de la primavera árabe está dividido en cuatro partes. La primera nos
habla de cómo surgió el campamento saharaui en la zona ocupada por Marruecos de
Gdeim Izik en otoño de 2010. Nos cuenta la forma de organizarse de los
saharauis para levantar en un lugar vacío las jaimas que les sirvieron de hogar
durante aquellos meses a 20.000 saharauis. Aquel campamento de esperanza, de
lucha ante un régimen, fue un claro antecedente de la Primavera árabe, pero
ningún medio lo cita en ese sentido, todos han silenciado esta referencia y nos
hablan siempre de las revueltas en Túnez como detonante. La segunda parte nos
enseña la entrada policial marroquí para arrasar el campamento. Vemos imágenes
desde dentro que nos permiten hacernos una idea de la desmesura del ataque de
Marruecos en el desalojo y de la violencia que emplearon. La tercera nos
muestra las protestas que con motivo de dicho desalojo realizaron los saharauis
en la ciudad de El Aaíun y la forma en que fueron reprimidos de nuevo por el
ejército marroquí y sus colonos. La cuarta utiliza imágenes de las televisiones
en las que nuestros políticos hablan del tema.
Es sin duda esta última parte
la más interesante, pues nos señala las contradicciones de nuestros gobernantes
respecto al asunto del Sahara. Hace especial hincapié en la forma en que va
ganando peso el motivo económico -los intereses de los acuerdos con Marruecos-
antes que los Derechos Humanos. Es una parte que muestra a las claras el
conformismo de nuestra clase política, hablándonos de su cinismo con respecto
al tema y eseñándonos cada una de las contradicciones de un discurso que no son
capaces de llevar a la práctica vencidos por la conveniencia.
Tras la proyección se realizó
un debate. El colectivo Thawra se definió así mismo como un grupo de personas
que trabajan para acercar la voz del pueblo saharaui. Llevan dos años de vida
en las zonas ocupadas. Cuando se inició el campamento de Gdeim Izik se
incorporaron a él. Algunos compañeros entraban y salían. No había prensa, pero
tras la muerte del niño de 14 años, Hamadi Lambarki, a manos de la policía
marroquí, muchos periodistas se interesaron por ese lugar. Marruecos domina el
territorio y lo controla, no permite la presencia de la prensa, así que su
opinión se convierte en la oficial de facto. Marruecos impidió una vez más que
los periodistas internacionales llegaran al campamento, así que la única manera
de poner en contacto a esa prensa con la realidad que estaba ocurriendo dentro
aquellos días fue a través del Colectivo, que se encargó de difundir las
imágenes de lo que allí ocurría.
Los miembros del colectivo
Thawra vivieron el desalojo en primera persona. Comentan que los propios
saharauis sabían que cuando entró el ejército marroquí el campamento estaba
perdido, pero que aún así actuaron para ralentizar el desalojo y permitir así
que ancianos, niños y mujeres tuvieran tiempo para salir. No es fácil obtener
testimonio de las verdaderas víctimas. La presión que ejerce Marruecos hace que
las familias que tienen desaparecidos no lo denuncien por miedo a las
represalias hacia ellos mismos. La tortura existe y se aplica. Ahora hay 22
presos políticos saharauis en cárceles marroquíes, siete de ellos han
reconocido que han sido violados con objetos de metal. Lo que ocurrió en el
campamento de Gdeim Izik no es algo nuevo, es una situación que se repite cada
cinco o seis años: la represión marroquí sube, el pueblo saharuai explota y se
llega a un nivel que termina en enfrentamientos. Sin embargo los medios no lo
cuentan.
Los saharauis preguntados
sobre Gdeim Izik dicen que el mejor recuerdo que les ha quedado ha sido
descubrir que han conseguido la convivencia de 20.000 personas y que todos
participaran para lograrla. Se unieron y se organizaron. Muchos trabajaban en
las ciudades y volvían cada noche a dormir al campamento. No había jueces, ni
policías. Descubrieron que no necesitaban políticos. Dicen también que la
convivencia hoy está igual que en 1975, en el punto cero. Ningún saharaui
piensa que se pueda convivir con un marroquí. Dicen que los colonos les llaman
polisarios porque los consideran terroristas y que por tanto no hay manera de
compartir nada. A los saharauis no les queda otra opción que salir de su tierra
hasta que acabe todo. Dicen que la población ha perdido la esperanza.
Comentan los miembros del
colectivo que el principal problema es que los acuerdos y resoluciones
internacionales no son vinculantes para el gobierno de Marruecos y que éste
actúa, por tanto, con total impunidad. La misión de la ONU en el Sahara, la
MINURSO, es la única de sus misiones que no tiene competencias sobre Derechos
Humanos. Además EE.UU. y Francia apoyan a Marruecos y se encargan de estancar
cualquier intento internacional de avanzar en la resolución del conflicto.
España es bastante responsable pues no cumplió con sus deberes al abandonar el
Sahara.
Sobre sus investigaciones,
Thawra ha reflexionado que Marruecos, tras 37 años, sigue sin saber quién es su
enemigo y contra qué está luchando, sin darles el valor que tienen, sin
entender la dignidad y la paciencia de un pueblo que quiere conseguir su
autoderminación. La vida de los pueblos es más larga que la de los dictadores
que les oprimen. Esa es su arma. Unos luchan por su tierra y otros están ahí
por un sueldo. La vida en los territorios ocupados del Sahara no es fácil,
cuando salen por la mañana no saben si volverán. Con esa mentalidad todo es
válido porque, cuando no estás seguro de seguir vivo al final del día, no
tienes nada que perder.