Cuatro españoles se quedan de
forma indefinida en Tinduf
ELSA GARCÍA DE BLAS (ENVIADA
ESPECIAL) Tinduf 11 AGO 2012
Albert Sterm, cooperante de
Médicos del Mundo, presenció el secuestro de Ainhoa Fernández de Rincón, Enric
Gonyalons y la italiana Rossella Urru la noche del 22 de octubre de 2011. Él dormía
en uno de los apartamentos contiguos al de los cooperantes secuestrados, en
Rabuni (Argelia), la capital administrativa de la República saharaui. No quiere
hablar del tema. Apenas se le arranca que escuchó los tiros, que fue un ataque
rápido y que avisó con una llamada de emergencia, como le dicta el protocolo de
su organización. Se percibe su incomodidad al recordarlo y se nota que la
experiencia le dejó el miedo en el cuerpo. Hoy, 10 meses después, duerme en el
mismo lugar. Ha sido evacuado por “riesgo inminente de secuestro”, según el
Gobierno, pero ha vuelto apenas 10 días después. Lo explica con un duro
ejemplo: “En los días que no hemos estado se nos ha muerto un niño por
desnutrición”.
Los cooperantes españoles
decidieron volver a los campamentos saharauis de Tinduf (Argelia) el pasado
martes, desoyendo la advertencia del Ministerio de Exteriores. Una treintena de
ellos regresaron en un viaje simbólico que hoy termina, pero cuatro se quedan
de forma permanente, a pesar de que el Gobierno insiste en el peligro y
desaprueba su decisión.
Los dos trabajadores de
Médicos del Mundo en Tinduf llevan a cabo un seguimiento de los niños saharauis
desnutridos. Más del 20% de los niños menores de cinco años en los campamentos
sufre malnutrición crónica moderada, según la Media Luna Roja Saharaui. Albert
y su compañera, que prefiere no revelar su nombre, defienden que su decisión de
volver inmediatamente a su trabajo tiene sólidos argumentos: los de la
emergencia humanitaria. “Lo hacemos por compromiso y responsabilidad. Yo he
estado en pocos sitios donde la gente fuera tan vulnerable como aquí”, apunta
el cooperante.
“Una evacuación chapuza como
esta ha paralizado nuestro proyecto. La distribución de alimentos frescos a los
180.000 saharauis que viven aquí va a tener un retraso de unos 15 días”,
critica Jesús Martín, cooperante de Mundubat. El reparto de la ONG vasca, que
se realiza cada mes, es la única entrada de productos frescos que llega a los
refugiados. Los trabajadores humanitarios coinciden en que no podrían realizar
su trabajo desde Argel o la ciudad de Tinduf, donde Exteriores insta a que lo
hagan. “Es inviable”, zanja Albert.
Pero tampoco perciben que el
riesgo en los campamentos sea suficiente para una decisión tan drástica como la
evacuación. “Seguimos sin entender los motivos. Yo he estado en Palestina o en
Somalia en contextos de mucha violencia. No noto que esto sea Afganistán”,
defiende el cooperante de Médicos del Mundo. Lo que sí perciben, sin embargo,
es un sentimiento de orfandad del pueblo saharaui tras la marcha de los
cooperantes españoles. Pepe Oropesa, el único español que renunció a la
repatriación, se ha convertido casi en un héroe nacional. El primer ministro se
desplazó a agradecérselo en persona. El cariño le ha desbordado: “Los saharauis
me piden por la calle que me haga fotos con ellos”.