jueves, 6 de diciembre de 2012

Imagina que eres Mohammed Dihani



Imagina que tienes 26 años y vives en El Aaiún. Estás en una fiesta organizada por tu familia. Tu primo, un estudiante saharaui que vive en Marrakech, acaba de salir de la cárcel después de seis meses. Su delito: discutir sobre la ocupación marroquí del Sahara Occidental cuando viajaba en tren con un amigo. Te llamas Mohamed Dihani.
Todos estáis felices de poder dar la bienvenida como merece a un valiente como él. Te alejas un poco de la fiesta y sales a la calle para tomar el aire. Y, de repente, como en una película, todo se desvanece: fundido a negro.
Despiertas y no sabes dónde estás. Es un calabozo. Y comienza la tortura. Durante sesiones que duran horas, encadenando días consecutivos de dolor y angustia, mellan tu cuerpo, tu joven cuerpo, pero también tu mente. Es el miedo de no saber qué te está pasando, porqué esta vez te ha tocado a ti.
Cazando al vuelo fragmentos de información, concluyes que estás en la cárcel secreta de Temara (situado a unos 15 kilómetros de Rabat). El nudo de la garganta aprieta más fuerte. No es lo mismo estar en una cárcel que en una cárcel secreta. La cárcel oficial es una institución penitenciaria propia de un reino, Marruecos, que pretende aparentar ser democrático. Es decir, una cárcel del Estado Marroquí es una cárcel del tercer mundo, pero una cárcel secreta está al margen de toda ley y sus reclusos ya no existen oficialmente: son desaparecidos.
Mientras tanto, tu familia te está buscando. Desesperados, tu padre, tus primos, recorren comisarías, hospitales… sin ningún éxito. Algún invitado de la fiesta vio cómo te secuestraban y tu familia, igual que tú, no alcanza a entender porqué te han escogido a ti.
Tumbado en el catre del calabozo, intentas recordar momentos mejores, más alegres. Hoy te han violado, han intentado destruir tu dignidad una vez más. No pienses en eso, no pienses en eso. Piensa en los campos de vides, en el olor de la uva madura cuando trabajaste en la vendimia. Recuerda a tus compañeros de trabajo en Livorno o los de Elba. Concéntrate en una anécdota insignificante de aquel viaje con tu padre a Mauritania...
Y llega el día. Durante once jornadas te han pegado, te han quemado, electrocutado, cortado, te han violado con una botella… pero lo que menos te esperas es lo que vas a presenciar en unos instantes. Los guardias te meten a empentones en una habitación. Es distinta, está más limpia, no la conoces. Hay varios hombres en la habitación, todos marroquíes, “mandamases”, deduces por su ropa y su actitud.
Ante ellos, una mesa con una montaña de dinero, teléfonos móviles de última generación, ropa nueva y papeles.
La última pieza del rompecabezas es el anuncio que te hacen: “Mohammed, vas a irte a Mauritania. Te dejaremos en libertad y partirás hacia allá, donde te asentarás. Tu tarea es sencilla. Se van a cometer atentados contra la sede de la MINURSO, en la cinta de Fos Burcraá, y también en Italia, en el Vaticano, se atacará a gente importante. Tú, tan solo tienes que reivindicar esos atentados, anunciándote como una célula yihadista nueva y explicando tus relaciones con el Frente Polisario”.
Estás agotado y te mareas, no puedes más. ¡No entiendes lo que te están pidiendo! Sin embargo, parece que te están ofreciendo una tregua y te aferras con fuerza a la única vía a tu alcance para escapar de la tortura. “Si, si, de acuerdo, haré lo que queráis”, les ruegas. Las caras de los hombres allí presentes se tuercen con una media sonrisa y uno de ellos hace un gesto a los guardias con la cabeza para que te saquen de allí. A partir de ese momento, las cosas cambian radicalmente. Te inyectan una sustancia que hace que desaparezca el dolor. Puede ser metadona, morfina, heroína… ¿qué más da? Lo importante es que el dolor se ha diluido y tú te sientes relajado.
Durante tres días, te sirven las mejores comidas, como si estuvieras en un hotel de cinco estrellas. Un lujo bizarro en un lugar como ese. Pero vas recobrando fuerzas, te sientes mejor, con la mente más despejada… hasta que entiendes la magnitud y la gravedad del plan en el que te han enredado. Te acabas de convertir en un señuelo, en un hombre de paja. Te has vendido a cambio de arrojar la sombra de la sospecha sobre tu Pueblo, sobre tu gente. Recapacitas. Tienes miedo a volver a ser torturado, pero la alternativa de convertirte en un traidor es mucho más desesperanzadora.
Gritas. Llamas a tus carceleros. Una parte de ti saca valor de las entrañas y anuncia que “no hay trato”, que no piensas participar en su juego macabro, que prefieres “volver a la tortura”. Mientras las palabras salen por tu boca, tu cuerpo se estremece. Sabes que va a ser muy duro. Pero algo se ha tranquilizado dentro de ti.
Al mismo tiempo, tu familia ha continuado preguntando por ti, por tu paradero. Han escrito cartas a El Wali, al Ministerio de Justicia, al procurador general… en el Sahara Ocupado y en otras ciudades de Marruecos como Casablanca o Rabat.
Han pasado seis meses desde tu secuestro, pero, una tarde, a tu padre le dicen que estás en la comisaría Brigada nacional de la policía judicial de Casablanca.  Te "acaban de capturar". Estás acusado de “planificar atentados terroristas”
Pese a la gravedad de la acusación, tu familia suspira de alivio. Estás vivo.
Y a ti te trasladan. Te llevan a la cárcel, esta vez oficial, de Salé II. Es otro mundo. Lúgubre, pero no macabra como Temara. Estás en contacto con otros presos, algunos de ellos conocidos activistas saharauis por los derechos humanos, como los presos políticos saharauis del campamento de Gdeim izik o como Brahim Dahane.
La infinita comprensión de este último, casi tan fuerte como su fuerza de voluntad y su tesón, le convierte en la persona más apropiada para contarle tu historia. Una historia que ni tú mismo llegas a asimilar. Una historia de la que te avergüenzas, porque has sido débil y, por un momento, antepusiste tu supervivencia a la de tu pueblo.
Te abres en canal y te sinceras con Dahane que, pese a su larga trayectoria en presidios marroquíes y en cárceles secretas, abre los ojos como platos mientras le cuentas lo que te hicieron y lo que te ofrecieron en Temara. Esperas una reprimenda. Dahane es perro viejo, lleva luchando muchos años y le admiras. Sabes que ha estado muchas veces mirando a los ojos a la muerte y, pese a ello, no ha cejado en su empeño: defender la independencia del Pueblo Saharaui y denunciar las violaciones de derechos humanos infligidas por el reino alauita.
Tras unos instantes de silencio, sus pómulos se elevan y sus ojos se fruncen sonriéndote. Te felicita por tu determinación: “Otro más débil que tú hubiera llevado el trato hasta sus últimas consecuencias”. Y tú, Mohammed Dihani, lloras. Tu mente se libera de una tensión inmensa. Ya no eres un espectro, ni un desaparecido, ni un peón en un plan maquiavélico. Eres Mohammed Dihani y Brahim Dahane te cree. Y con su confianza, te ha salvado, a pesar de que estás acusado de terrorismo y, lo más probable es que los próximos diez años, el mejor tiempo de tu vida, permanezcas encerrado entre las cuatro pareces de Salé II.
Son tu padre y el propio Brahim Dahane quienes cuentan esta historia a unos observadores internacionales durante  una visita a El Aaiún. Les cuentan esta trama, más propia de una mala película de agentes dobles en la guerra fría y les dejan en shock. Muy preocupados por la gravedad del asunto.
Pretender vincular el movimiento por la autodeterminación saharaui con el islamismo radical es absurdo para cualquier persona que conozca mínimamente al Pueblo Saharaui. El Frente Polisario es un movimiento de liberación nacional que aglutina a personas de muy distinta ideología, pero ninguno de ellos, en los 37 años de guerra y ocupación, ha sucumbido a la dicotomía fácil de la yihad o guerra santa.
Dihani ha sido fuerte y ha resistido el envite, pero puede que Marruecos insista en su estrategia de tratar de criminalizar a los saharauis y, al final, encuentre a una persona que sucumba. Esa es la estrategia: deslegitimar al Polisario como agente político y único interlocutor del pueblo saharaui reduciéndolo a una célula yihadista más. Esa demagogia barata vende, sobre todo en círculos de aliados militares que agradecen cualquier pretexto para dar salida al stock de armamento. Es peligroso, es letal y hay que denunciarlo fuerte para, si encuentran a otro más débil que Mohammed Dihani, estar preparados para lo que pueda venir.