Público.es. Posos de anarquía (David
Bollero) 22 ago 2015
Hoy ha muerto Mariem Hassan. Su productor
de Nubenegra, y sobre todo amigo, Manuel Domínguez me lo ha comunicado por la
tarde y las redes sociales han comenzando a llenarse de muestras de cariño y
afecto. La Voz del Sáhara nos ha dejado.
Conocí a Mariem en 2009. Escribía un
reportaje para Interviú sobre la integración de los saharauis en la sociedad
española, la misma cuyos Gobiernos y monarcas llevan cuatro décadas
traicionándoles. Quería contar con el testimonio de Mariem, a la que admiraba
por el modo en que encarnaba los grandes valores saharauis, pero además, se dio
la circunstancia de que en septiembre de aquel año un grupo de marroquíes la
agredieron en un bar de Antón Martín mientras desayunaba.
“Comenzaron a insultarme, a decirme que nos
íbamos a morir todos en el desierto y que ellos iban a violar a las chicas
saharauis”. Así me contaba cómo, por el simple hecho de estar desayunando
vestida con su melfa -traje típico saharaui- aquellos tipos buscaron el
enfrentamiento. La cosa quedó en nada. Una experiencia más en el haber de
Mariem con la que seguir labrando su espíritu inquebrantable, aquella fortaleza
que cualquiera que se parara dos minutos a hablar con ella enseguida percibía.
No soy el más indicado para hablar de
Mariem, tan sólo soy uno más y, precisamente, en eso radica lo extraordinario,
en que soy uno de los muchísimos “uno más” a los que la Voz del Sáhara dejó
marcado. Cuando la conocí ya había comenzado a librar la batalla contra el
cáncer, con la herida aún abierta por la muerte de su amado Baba Salama, su
guitarrista fallecido en 2005 por leucemia. Se encontraba en plena grabación de
un disco y no dudó en hacer un pequeño alto en el camino, frenético porque en
unos días partía para por uno de aquellos festivales de todo el mundo a los que
llevaba la causa de su pueblo.
Allí estábamos, en los estudios de
Nubenegra de Tirso de Molina, una auténtica leyenda del activismo y la cultura
y un juntaletras que, consciente de a quién tenía delante, sólo quería no
defraudar. Pero defraudar era imposible; bastaba con ceñirse a contar su
historia, era suficiente con transmitir cómo cada actuación que realizaba, cada
disco que grababa era una reivindicación.
Cada canción que entonaba Mariem era
infinitamente más efectiva que cualquiera de las minas antipersona de
fabricación italiana y española con las que Marruecos tiene sembradas las
inmediaciones del Muro de la Vergüenza en un territorio ilegalmente ocupado. Y
era más efectiva porque cada nota que salía de aquellas prodigiosas cuerdas
vocales detonaba al instante y su onda expansiva era demoledora con la ruindad
de Mohamed VI, con la complicidad de los sucesivos Gobiernos españoles, con la
traición de Juan Carlos I y ahora la connivencia de su vástago Felipe VI. Ya
saben, dos sextos de tres al cuarto.
Mariem tenía su campamento base en Sabadell
desde 2002 y era desde allí desde donde viajaba por todo el mundo contando la
vergonzante inacción de la Comunidad Internacional con el pueblo saharaui.
Pero, como digo, aquello era un campamento base, porque su corazón y su alma
nunca dejaron de lado las dunas. Jamás he conocido a un saharaui que haya
conseguido salir del Sáhara y no haya intentado regresar a la mínima de cambio.
Mariem no era una excepción y, de hecho, hasta en cinco ocasiones regresó con
el mismo propósito: dar a luz. Allí, en el campamento de refugiados de Smara,
rodeada de los suyos y bebiendo la savia de sus raíces, trajo al mundo a sus
cinco hijos. Unos hijos cuya primera entrada en este mundo ya se convirtió en
su primer acto de activismo, de esperanza, de dignidad.
Smara, donde Mariem despertó cinco nuevas
vidas, ha sido el mismo escenario en el que la suya propia se ha apagado hace
tan sólo unas horas. Sin embargo, su voz, la Voz del Sáhara, jamás se podrá
apagar. Ya no. Nunca… y aunque hoy todos los que tuvimos el privilegio de
conocer a Mariem tengamos el corazón quebrado, estoy convencido de que algún
día, bajo ese cielo saharaui cuajado de estrellas -el más hermoso que he visto
en mi vida-, bailaré con mis hermanos y hermanas saharauis al son de Mariem,
mojando mis pies en la playa de Dajla, recogiendo la cosecha de arte que ella
misma sembró durante toda su vida.
Shukran.
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